UNA LETRA EN EL OCÉANO

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jueves, 7 de enero de 2010

Amores resistentes a los daños



Hay amores, como dice Shakira, que se vuelven resistentes a los daños, pero esos amores que no están contigo, al fin y al cabo, esos a los que hay que esperar a que llegue el próximo otoño para verlos reverdecer... a mí me dan miedo (¡pánico!), porque no siempre llega el otoño esperado, y se pasa directamente al frío del hogar lleno de un invierno que acaba congelándote los huesos. Esos amores son los que, con el paso de los años, su simple recuerdo, basta para amargarnos el día o el resto de la vida y son ellos los que, llevándose nuestra ilusión, nos van haciendo viejos.



Hay muchas cosas buenas que nos llegan al hacernos mayores, sobre todo el que ya no sólo sabes lo que no quieres, sino que realmente conoces ya lo que deseas que esté dentro de tu vida y lo que quieres fuera de ella. Con los años mi mayor descubrimiento ha sido comprender lo que yo quiero del amor. Hasta hace poco tiempo sabía lo que no quería, pero ahora sé lo que realmente quiero a mi lado y, aunque parezca mentira, quiero la simpleza del amor, algo sutil y que por desgracia pocas personas entienden, sólo comparable con la propia simpleza de un niño. Yo no quiero amores que se vuelvan resistentes a los daños, porque no quiero daños, no quiero pedir perdón ni que me lo pidan, no quiero un amor de sobresaltos, quiero un amor sosegado, cargado de cariño, de deseo y, sobre todo, de respeto, el suficiente respeto para no tener que repetir “lo siento” a todas horas. Eso no lo quiero yo, porque ya ha habido bastante. Por mucho que cueste creerlo, me gusta la paz de la rutina, pero una rutina repleta de amor; no tener que adivinar qué flauta tocará hoy. Quiero justamente esa rutina de la que todo el mundo huye. Levantarme todos los días y amanecer en los brazos que comparten mi vida, y sentir sus labios en los míos y oír un insulso "Buenos días, cariño" ; quiero ir a trabajar y recibir una llamada inesperada que me diga “te echo de menos” o “cómo te va la mañana hoy”; quiero que me recojan o recoger a la salida del trabajo, irnos a comer juntos y hablar del "sexo de los ángeles", de lo bueno que estaba el desayuno ese día y que me besen con la mirada. Quiero ver atardecer leyendo uno de mis libros, tener mi espacio para la escritura, oír a solas mi música clásica, y que mi pareja tenga igualmente su propio espacio vital (dice Kalil Gibran en su libro El Profeta, al hablar del amor, que el amor es como un templo cuyas columnas que lo sustentan han de estar separadas con la distancia exacta, ya que si estuvieran siempre juntas el templo no tendría sustento y acabaría derrumbándose - y yo opino igual-). Quiero olerlo cuando salga de la ducha y decirle cuánto me gusta su perfume; ir con él a todas partes y que sea él el que me lo pida, quiero compartir tranquilidad, ilusiones y pesares, pero juntos en la rutina de nuestro día. Ya no tengo ganas de amores alborotados que te elevan al cielo y que acaban llevándose con ellos –a su cielo, claro– la paz interna que me ha costado alcanzar toda una vida. No quiero recuerdos de lo que pudo ser, quiero realidades de lo que es, quiero la rutina de nuestro día.


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