UNA LETRA EN EL OCÉANO

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miércoles, 30 de septiembre de 2009

Habitación 613 (Mi agradecimiento al personal sanitario del Servicio de Obstetricia y Ginecología del Hospital Clínico de Granada)

GRACIAS

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Ante las contínuas quejas que llegan hasta nosotros por el supuesto mal hacer en la Sanidad Española, no quiero quedarme al margen, ya que mi experiencia reciente ha sido realmente buena.
Por eso, dejo aquí mi apoyo público a todo el personal adscrito a nuestra Sanidad en España, y más concretamente al Servicio de Obstetricia y Ginecología del Hospital Clínico de Granada, a los que he dirigido una carta de agradecimiento tras haber sido operada en los últimos días por su profesionalidad, cariño y buen hacer.






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CARTA DIRIGIDA AL PERSONAL DEL SERVICIO DE
OBSTETRICIA Y GINECOLOGÍA
DEL HOSPITAL CLÍNICO DE GRANADA.

Granada, 26 septiembre de 2009

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Lunes, 21 sep, 10 a.m, un neceser cargado de miedo adentro, era mi único equipaje. Nunca me gustaron los hospitales. Una sonrisa vestida de verde salió a mi encuentro e inquirió en mi vida, sin pudor, para evitar contratiempos. Yo escuchaba sin apartar mis ojos de sus párpados gachos y respondí de la forma más precisa posible para que en mis días de hospedaje mi naturaleza especialmente atópica no nos diera sorpresas. Me ofreció cortésmente una muda estereotipada blanquiverde, un par de esponjas enjabonadas con olor a limpio discreto y una tercera cama articulada donde depositar mis sueños. Habitación 613.


Le siguieron agujas, miedo, debe tomarse estos 8 sobres cada media hora, miedo, comidas insulsas y escasas, miedo, a mí hija la acaban de operar, era Edu, la madre de Verónica, joven y guapa, madre de un bebé que le espera en casa, la que acaba de entrar sedada, mucho miedo, mañana todo irá bien, no se preocupe, miedo, Eva, mañana será usted la primera en entrar a quirófano, tendrá que estar preparada a las 7,30, entraré sin poder mirar los ojillos que más quiero –no le dio tiempo a volar hasta aquí–, terror, visitas, llamadas, mensajes, voces y manos preocupadas y expectantes que me quieren están muy cerca. Ayuno al anochecer y nervios, de los que la 613 se beneficia; todo queda perfectamente ordenado, alineado y Edu, me mira y sonríe (podrías venirte a echar unas horillas en mi casa –me dice–, yo también sonrío).

Siete horas de oscuridad interminable y el amanecer me trae un billete en camilla a la quinta planta que me espera.




Una vez allí, cubren mis pies de verde y mi pelo queda escondido del mismo tono. Yo meto mi mano dentro del gorro y trato de que mi flequillo no se mimetice con mi cuerpo tembloroso procurando que quede a salvo del dichoso terremoto que me espera. Me despido de aquellos que más quiero. Un equipo monocromático de ojos cariñosos me hablan en silencio, sonríen anónimos intentando menguar mi miedo, dotándome de un cariño y una esperanza que no alcanzo entender. Son ojos llenos de ternura, de seguridad y de templanza. Mi miedo se va transformando, mengua. Se acerca una enfermera con voz amiga y me saluda, un hombre pausado, con aspecto relajado y seguro de sí mismo le sigue. Eva, buenos días, soy el doctor Francisco Bueno Molina, y seré yo quien te anestesie junto a la doctora Pilar Páiz, también anestesióloga , me acaricia el brazo, hola Eva, encantada, y prosiguió el doctor Bueno: no tengas miedo, Eva, todo va a ir muy bien (a pesar de notar en él la certeza de la ignota responsabilidad que le espera, sus ojos me sonríen y me aplacan, su voz me serena, me serena, inauditamente me serena; siento una palmadita en la cara que me aplaca, presiento que esa mano sabe muy bien lo que hace y comienzo a relajarme, algo me dice que estoy en buenas manos, acerco tímida mis labios y doy un beso que roza su mano, él sonríe, no te preocupes).





Ella, -me dice- es la doctora Carmen Padilla Vinuesa, ginecóloga, Jefe de la Unidad, es la persona que va a realizar tu intervención, y ellas son... mi cerebro no podía archivar más datos en ese momento y siento que su voz se va perdiendo muy a mi pesar. Miro a los ojos de la doctora Padilla, que se ocultan obligados tras unas transparentes gafas de seguridad. Me sonríe discretamente, sabida de la responsabilidad que entrañan sus manos y siento una inconcebible y súbita admiración por esos preciosos ojos de mirada firme y segura a los que, junto a los del Doctor Bueno, deberé mi vida, y tengo el sentimiento de que a mujeres como ella debemos el resto de nosotras, el respeto que nos profesa el mundo, cuando nos lo profesa. Mi miedo desaparece, siento un líquido frio y espeso que sube por mi mano derecha y recorre impertinente mi antebrazo. Eva, ya vamos a dormirte, tranquila – dijo serenamente el doctor Bueno– y caí al instante en un sueño profundo durante dos horas; soñé con cosas plácidas, mares limpios y abiertos, playas sin gente llenas de paz y aparecieron ante mí imágenes que ahora soy incapaz de describir por la ausencia de detalles, pero que dejaron en mí una sensación de armonía hasta que volví a sentir la mano y la voz de mi anestesista: Eva, ya hemos terminado, guapa, todo ha salido muy bien. Gracias, muchas gracias doctor, le dije sin que mi voz sonara en mi cuerpo.





El resto de mi ingreso siguió en la misma línea, por eso quiero agradecer hoy públicamente al equipo humano del Servicio de Obstetricia y Ginecología del Hospital Clínico de Granada, a cirujanos, anestesiólogos y equipo de apoyo, especialmente a la Doctora Carmen Padilla Vinuesa y el Doctor Francisco Bueno Molina, ya que, muy por encima de lo que para ellos es su obligación, hicieron que mi vida en el hospital fuera un feliz encuentro, al Doctor Pedro Clavero que empático me atendió en sala, concreto, preciso y discreto, y me traía día a día las buenas nuevas del perfecto hacer de sus colegas; al personal de quirófano; al camillero; al responsable de la “sala del despertar” de aquella mañana, que cuidó mi vuelta a la realidad, gracias; a las enfermeras que me dieron la mano día y noche para que mi cuerpo y mi ánimo salieran de su duelo, sin importarles si mi timbre sonaba a las dos de la tarde o a las tres de la mañana, y especialmente a Lidia y a Ana (disculpad, no sé vuestros apellidos) pues cultura e hijos nos acercaron, y su cuidado, ánimos y esmero, me hicieron sentirme en casa. A mi familia (especialmente a mi madre, no sé qué haría sin ella), a mis Amigos de siempre y a mis Amigos de ahora, a mis compañeros de trabajo y mis colegas porque con sus visitas, llamadas, mensajes e emails, ni un solo momento me he sentido sola; a mis compañeras de habitación: A Verónica, y a Edu por hacerme reír entre tanto desconsuelo, a María Jesús por su paciencia con mi alergia, por haber tenido que sacar sus ramos a la puerta, a Encarna y a Rita (que aún sigue en cama ¡mucha suerte, guapa!) y sobre todo quiero dar las gracias a la Habitación 613 porque jamás imaginé que una fría habitación de hospital albergara toneladas de cariño.


Muchas gracias